
Creo que los fanáticos conforman uno de los grupos sociales más dignos de estudios. En Europa por ejemplo, bien son conocidas las historias de los hinchas de equipos de football. El grupo inglés de los hooligans han protagonizado un sinfín de anécdotas hasta el punto que algunas han llegado a convertirse en leyendas urbanas.
Mi intención no es criticar este comportamiento, ni mucho menos, las pasiones deportivas y preferencias de ocio suelen ser muy subjetivas. Quién se identifica con una insignia de un equipo no lo hace por razones claramente objetivas y demostrables, quizás siga una tradición familiar, o simplemente le agrada el color de la camiseta que llevan los jugadores.
Independientemente de las razones de elección, el lector no podrá negar que se pasa un buen rato cuando en una tertulia se escucha a un fanático del Licey discutir con otro del Escogido o las Águilas cuántas series del Caribe han ganado, o cuál es el mejor equipo.
El aspecto preocupante de esta situación, a mi juicio, radica cuando se extrapola este comportamiento y se lleva al plano político. Cuando el entusiasmo desmedido de un dominicano ciega su razón y capacidad crítica, convirtiéndolo en miembro de una masa amorfa que responde a estímulos mucho más banales. Cuando se transforma en un Fanático.
No quiero aburrir al lector con los innumerables ejemplos de comportamiento en manifestaciones electorales, que hacen que una actividad para elegir a gobernantes se asemeje a una disputa Licey – Escogido.
Creo también que los candidatos se escudan de esta realidad dominicana y se benefician de estas. Nadie negará que es mucho más sencillo regalar ron y sacar banderas que defender un plan de gobierno o al menos comunicarlo de manera concisa y clara.
Ante la ausencia de elementos que permitan una elección cabal y razonada, la población se limita a elegir por el comportamiento del Fan: bien por tradición familiar; el candidato que más “bulla” ha hecho, o, claro está, quién me dé “lo mío”.
Me parece saludable recapacitar ante esta situación y requerir a los candidatos, para futuros certámenes, mayor compromiso e información de cuales son sus planes y cómo piensan conseguirlo. De lo contrario, mejor sería iniciar la futura contienda con el famoso grito: “PLAY BALL”